03 septiembre 2007

Conservar

1.- Pedro de Miguel murió hace poco. Yo era uno más en el nutrido grupo de fieles de su blog. Casi todos los días este escritor y periodista escribía una entrada, breve pero adornada con un toque sugerente, irónico y sabroso –y eso que su religiosidad militante me pillaba muy lejos-. En febrero falleció José Ramón Urío, amigo que alimentaba otra bitácora. Pensando en los textos de los desaparecidos, que permanecen varados en la red, me asalta la duda del ignorante: ¿cuánto tiempo estarán ahí? ¿Blogger, o Google, que no lo tengo claro, en todo caso el administrador del sitio web, los mantendrá indefinidamente?

2.- Asisto a un curso sobre revistas electrónicas, revistas a disposición de sus suscriptores en internet. La ponente habla de cómo las bibliotecas y otras instituciones, a diferencia de las suscripciones a las revistas editadas en papel, que llegan, se catalogan y quedan disponibles para los interesados, se ven ahora obligadas a pagar, más de una vez, únicamente para que los usuarios puedan consultar -leer en pantalla- artículos sueltos, o para que los impriman, pero sin posibilidad de transferir a los ordenadores del suscriptor el archivo completo de la revista. Estos cambios, en todo caso, y la misma existencia de revistas en internet, están exigiendo a las bibliotecas y centros de documentación nuevas disposiciones y acuerdos sobre la conservación de archivos electrónicos. En tanto esas publicaciones eran en papel no había problema, a lo sumo el del espacio físico disponible. Pero si sólo se compra el derecho a leer, y es la empresa editora la única que retiene todos los archivos, ¿no es lógico sentir una pizca de temor ante la eventualidad de que tales revistas acaben volatilizándose en el espacio virtual si la editorial desaparece o es absorbida por un gran grupo?

3.- Cambio de ordenador. Desde 1987 llevo comprados unos cuantos de estos caros y pronto obsoletos electrodomésticos –compárese la vida media de un ordenador con la de la más sofisticada lavadora doméstica, encima casi siempre más barata-. En los cambios me cuido de conservar lo que albergaba el disco duro, así que tengo, de estos veinte años, archivos en discos de cinco pulgadas y cuarto (aquellos disquetes grandes de plástico flexible), en disquetes de tres y medio, en cedés y en dvd’s. Están en distintos programas, muchos inencontrables hoy y a veces no compatibles (¿quién se acuerda de la serie Asistant de IBM, o del wordstar, o del wordperfect 5.1, o de aquella base de datos tan complicada, DBase?). Total, que la búsqueda y consulta de lo que guardo resulta más ardua que la de papeles. Y en lo que respecta a los correos electrónicos, el esfuerzo de archivarlos es, debido a mi impericia (¿dónde diablos se esconden en el disco duro?), un pequeño tormento. Sí, es verdad, hay gente muy diestra en la informática, y además tan sumamente organizada que estructura carpetas y etiqueta con pulcritud todos los discos de cualquier tamaño y formato. Pero me temo que mis problemas y dificultades de búsqueda y acceso no son tan inhabituales –a lo peor porque formo parte de la penosa cuadrilla de traperos obsesionados por guardar todo, sean átomos o bytes, y padezco ese síndrome de Diógenes virtual del que hablaba el otro día el señor de Passy-.

4.- “Antes, las personas, al morir, dejaban tras de sí un caos de objetos depositados en cajones y armarios. Ahora dejamos, sobre todo, una verdadera herencia electrónica, más amplia, rica y compleja, pero en una sola cosa este nuevo testimonio de nuestro paso por la vida no ha cambiado: es una herencia tan frágil e inestable, si no más, que la anterior” (Pedro Ugarte, este sábado pasado en El País).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Pedro de Miguel? No caigo.

elnaugrafodigital dijo...

La era digital acaba también con el género epistolar. El e-mail, al saberse privado, evita ese perfeccionismo exhibicionista entre destinatario y remitente. En la era de la información, qué cosas, hay parte de la comunicación que permanecerá oculta, por lo privado y personal de estas nuevas formas de correo.

Valdemar Daninsky dijo...

Parafraseando a Makaroff, soy el penúltimo mohicano de la era postal. El ordeñador simplifica muchas cosas pero el papel es insustituible. Y mis mejores recuerdos de JRUB, desde luego gran usuario, son las conversaciones que tuve con él.