04 octubre 2012

De Polonia a Codés

Leo a diario, casi siempre en cinco minutos, el Diario de Noticias, un periódico mediocre en el que abundan las noticias mal redactadas, las denuncias hilvanadas con pocos datos y los articulistas y periodistas que, como las cabras, tiran siempre al mismo monte. ¿Como todos los periódicos, dirá alguien, cada uno con sus intereses y su ideología? No exactamente, no todos exhiben el descaro panfletario que se gasta este.

El otro día encontré sin embargo un artículo que llamó mi atención. Una buena historia. A propósito de la para mí ignota «Novena a Nuestra Señora de Codés», el opinante comenzaba lamentando la atención pastoral que el arzobispado presta a la zona. Por lo visto, las misas de la Novena fueron celebradas casi todos los días por un anciano sacerdote «renqueante y lector inaudible de toda la misa». Y el último día, el domingo, llegó, «para quedarse» y «atender varios pueblos de la zona» un cura congoleño que, dice el articulista, «aterrizó en Codés sin ninguna presentación y (me temo) sin ninguna preparación ni adaptación». Eso sí, al menos es «alto, fuerte, con pinta de jugador de baloncesto». Su castellano es «aceptable», pero posee, dice el informante, «una mentalidad y teología (me temo otra vez) muy alejadas de nuestros pueblos».

Lo más llamativo, o sugerente, venía a continuación. Para subrayar la «degradación pastoral» de Codés y los pueblos que rodean el Santuario, el articulista recordaba que durante ocho años «ha estado de párroco Jean Borysowsky, sacerdote procedente de Polonia. Cuando apareció por Codés apenas podía comunicarse en castellano. Las misas eran leídas totalmente y era imposible entenderle nada». Y después de ocho años, y eso me sorprende, «cuando el pasado 25 de junio se despidió de Torralba del Río, apenas pudo decir unas palabras». El sacerdote, presume el articulista, se ha ido de la zona «porque no pudo adaptarse a la vida e idiosincracia de estos pueblos. No consiguió integrarse».

Aquí, en la historia de este clérico polaco que no se entiende con sus feligreses, hay materia para una buena narración, un nuevo Diario de un cura rural que, en la estela del de Georges Bernanos, contara las crisis que ha debido de vivir el cura en una tierra para él hostil. Ese relato podría abordarse en tonos muy diversos: humorístico o sainetesco, con anclaje en la literatura del absurdo más desaforado, pero también dolorido y melancólico. Aun sin conocer los pormenores de esos ocho años, a mí la figura del religioso perdido, muy perdido, en el remoto valle de Aguilar me inspira piedad. ¿Cómo se las ha apañado tanto tiempo en una tierra en la que se entendía fatal, y ello, además, en el doble sentido de la expresión: lingüístico, pero también mental, cultural?

Mi simpatía por este sacerdote se acrecienta cuando leo que «el verano era para él un verdadero suplicio». Y es que, cuenta el articulista, «en una ocasión me confesó que iba a hablar con el señor Obispo porque no podía con tantos pueblos y con tantas fiestas, sobre todo con tantas fiestas (hubo meses que tuvo que atender ocho o diez pueblos)». No me extraña, pobre Borysowsky, que sufriera tanto. Por motivos muy distintos, yo también padecí la pesadilla de las fiestas patronales, un invento que a estas alturas, cuando el río de la diversión se ha desbordado incontenible, anegando todos los días del año y cualquier lugar del mundo, resulta decididamente anacrónico, redundante, superfluo. Y me lleva a pensar que en algunas de las procesiones y misas que acompañé muchos años con mi música en los pueblos en fiestas, tal vez el cura anhelaba lo mismo que yo: que se acabe pronto esto, que se acabe de una bendita vez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He leído el artículo de referencia. Dos cosillas: me choca una barbaridad que un polaco sea incapaz de aprender medianamente los rudimentos del español, y hacerse entender, en ocho años de estancia en nuestro país, aunque sea en un lugar tan extraño como Aguilar de Codés. Me choca más todavía que la idiosincrasia de los pueblos de la zona consista en creer que los mejores sacerdotes son los casados.
vidal

ayacam dijo...

Tiene razón, señor Vidal. Resulta tan extraño que el sacerdote no aprendiera castellano con fluidez en ocho años que a mí me pareció, digamos, sugerentemente literario. Sobre lo segundo que señala, no sé cuánta gente del valle de Aguilar compartirá la posición del articulista, que, claro, es la suya, y que no sé si coincide con algo tan difuso como "la idiosincrasia de los pueblos de la zona".