18 marzo 2013

Limónov

Veo en televisión una breve entrevista con Emmanuel Carrère a propósito de Limónov, su último libro publicado en castellano. Fascinante, como todos los suyos desde El adversario, la historia con la cual dio el salto decisivo en su trayectoria. Limónov lo devoré en cuanto se publicó el mes pasado, sufriendo por no poder abandonarme sin descanso a su lectura hasta terminarlo. Carrère retrata a un ruso infantil y ególatra, siempre resentido, valiente hasta el heroismo, contradictorio, arrogante, autoritario lindando con el fascismo, convencido de que el darwinismo social es implacable y justo. Pero, escriba sobre lo que escriba, Carrere sabe contar, poner en vilo al lector, convertirlo en un adicto a sus historias. Una novela rusa, de 2008, ya era formidable, y De vidas ajenas lo comenté aquí con entusiasmo.

Tan importante en Limónov es el devenir de su protagonista como el trasfondo en tres cuartas partes del libro: Rusia, su país. El comunismo estaliniano en que nace Limónov; los grupos literarios de vanguardia exasperada y alcohólica en que pelea en su juventud; la Unión Soviética en descomposición a la que regresa en 1989, la de Gorbachov y pronto Yeltsin; y, en fin, la Rusia de Putin, ese político autoritario, poco escrupuloso, rabiosamente añorante del comunismo y que instaura un poder feroz con vocación eterna. Un enemigo implacable con los escasos opositores que se le enfrentan, entre ellos Limónov, “viejo jefe carismático de una partida de jóvenes desesperados”. ¿Qué pinta la democracia en esa Rusia de hoy? Nada. Ni está ni se le espera con Putin, pero tampoco lo estaría con Limónov o con la mayoría de los demás opositores.

Sobre Rusia Emmanuel Carrère no habla de oídas, y ese escenario, y su análisis de lo que en él sucede, acaba siendo en el libro tan apasionante como las andanzas del héroe. En Rusia parece hallar el escritor la otredad radical, algo totalmente diferente de lo que define su vida de burgués bohemio en un país tranquilo y previsible como Francia. Ahí está una clave para entender su interés por Limónov, un sujeto tan ruso, excesivo y complejo. Un tipo que, desde luego, es de otro mundo, y que sueña con terminar, como un mendigo, en un rincón perdido de Asia central, en algún lugar achicharrado por el sol, polvoriento, lento, violento.

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