08 abril 2013

Lecturas fallidas

El curso de los días de un lector voraz, o simplemente muy constante, no está jalonado tan solo de éxitos, experiencias lectoras inolvidables, libros adictivos, descubrimientos fastuosos. Qué va. En parte lo llena un rosario de lecturas fallidas, decepciones, esperanzas defraudadas. O, incluso, de libros que serán muy buenos, pero que, sencillamente, no son para nosotros: o por su tema, o por su forma de abordar éste, o por su género, o por lo que sea. Uno viene al blog, casi siempre, a dar cuenta de los entusiasmos. Pero no se olvide que, entre medio, la trama de la vida se ha llenado también de lecturas sosas, aburridas, irritantes, en ocasiones desalentadoras.

Admiro a quienes aciertan siempre. Son lectores que se enfrentan sólo a obras clásicas, indiscutibles, canonizadas por el juicio sostenido de varias generaciones. Eso les permite saltar de una obra maestra a otra sin mancharse. No pierden el tiempo, seleccionan invariablemente con tino, y todos los libros les proporcionan mucho provecho.

Bien que lo siento, pero no puedo sujetarme a su infalible y estricto criterio. Formo parte del grupo de los lectores que, devorados por una curiosidad omnívora, picoteamos un menú menos refinado. Atendemos en demasía a las incitaciones de la actualidad, a lo que encontramos en las mesas de novedades, a las recomendaciones de las revistas o suplementos, o de amigos bienintencionados. El resultado: nos damos batacazos de cuando en cuando y dilapidamos un tiempo precioso. Y lo peor es que no aprendemos con los golpes: seguimos dando crédito a juicios hiperbólicamente encomiásticos, a elogios de la última novedad que nos venden como sensacional y que luego, en nuestro verdadero sentir, no encontramos en absoluto de tal nivel, o en muy pequeña medida.

Eso me ha sucedido muchas veces, claro. Pongo tres ejemplos: no hago más que leer ditirambos sobre la última novela de Rafael Chirbes, que salió el mes pasado. No la he leído, pero las anteriores, incluida Crematorio, o La larga marcha, tenían fallos ostensibles, fragmentos tópicos, de cosa muy sabida. La última novela del ubicuo Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, me pareció, salvo en su arranque, tediosa y oscura sin necesidad. Y la enormemente alabada El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón, es digna y entretenida, pero no magnífica. Por desgracia podría extenderme mucho rato recordando lecturas decepcionantes de los últimos años.

El último chasco, y éste clamoroso: El club de lectura del final de tu vida, de Will Schwalbe. Me interesan mucho, de entrada, y ello por razones profesionales y personales, los libros que tienen que ver con la lectura, con las conversaciones sobre libros (que siempre lo son al mismo tiempo sobre la vida) y con el fenómeno de los clubes de lectura. Y, por lo que había leído en El País, el planteamiento de este libro, contar el cáncer terminal de la madre del autor y las conversaciones sobre libros que mantienen madre e hijo en ese tramo tan duro de la vida, parecía prometedor. El resultado arruina las promesas. Ni las referencias a las lecturas comunes de los dos personales superan casi nunca el nivel más sumario, ni lo doloroso de la situación abre la puerta a un relato vigoroso o profundo. Estamos ante un libro americano en el sentido más superficial del término, cercano a la enunciación de muchos tópicos bienintencionados y a la autoayuda más ramplona.

«Los libros siempre habían sido para nosotros dos una manera de sacar a colación y explorar temas que nos preocupaban pero que nos resultaban incómodos, y también nos habían dado temas de conversción cuando estábamos estresados o ansiosos», escribe, casi al principio del libro, Will Schwalbe. Y uno piensa: esto tiene buena pinta, hay que seguir leyendo. Lástima que, tras acabar el libro, el lector no pueda estar más que tristemente de acuerdo con algo que recuerda poco después: «Todos tenemos mucho más por leer de lo que podemos leer y mucho más por hacer de lo que podemos hacer». Sí, y perdiendo el tiempo con las lecturas fallidas se nos va la vida.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El título del post está mal. Sería más correcto decir: Lecturas decepcionantes. Lecturas fallidas hace pensar en lecturas incompletas más que en lecturas que no aportan nada.

ayacam dijo...

A tenor de los pocos ejemplos que puse, es cierto: es más correcto decepcionantes. Pero es que no quise hablar, al menos con ejemplos concretos, de una experiencia muchísimo más amplia: la de abandonar libros en las primeras páginas porque uno ya ve, nada más comenzar, que no debe perder el tiempo. Y esas lecturas no hechas sí son fallidas. Y son muchas, por desgracia.

Anónimo dijo...

"—No hay libro tan malo —dijo el bachiller—, que no tenga algo bueno.

—No hay duda en eso —replicó don Quijote—, pero muchas veces acontece que los que tenían méritamente granjeada y alcanzada gran fama por sus escritos, en dándolos a la estampa la perdieron del todo o la menoscabaron en algo."

Los libros malos son el contraste de los buenos, igual que la maldad sirve para apreciar más la bondad. En ese sentido nunca son lecturas fallidas o decepcionantes. Me parece a mi.Yo intenté presionado por un estado de cosas o moda, la lectura del "Código Da Vinci". Es uno de los peores libros que he intentado leer. Pero la lectura de sus primeras 28 páginas me sirvió para aprender bastante de la escritura y, sobre todo, de la gente.Y además no lo compré. O sea que bienvenida sea la experiencia. Saludos

ayacam dijo...

Tiene usted razón, señor o señora anónimo. Se puede aprender mucho de libros malos, tanto sobre los resortes y técnicas de la escritura como sobre la gente. Porque a veces hay libros malos de mucho éxito que nos informan mucho sobre gustos y criterios y modas de los lectores.

Anónimo dijo...

El otro dia estuve riéndome mucho de una crítica feroz al Premio Planeta que le dieron a Rosa Regás y que viene aqui:

http://www.literaturas.com/v010/sec0402/libros/cua0401-01.htm

Es muy divertida, aunque cruel.!casi dan ganas de leer el libro!!

Molina de Tirso dijo...

Yo suelo ir a la seguro pero cuando ocasionalmente busco ampliar mis horizontes me columpio, no siempre pero muy a menudo, es inevitable. De todas formas, el olfato que da la experiencia es un buen consejero. Pero, claro, si te fías siempre de él no sales de los clásicos, y aunque solo sea para saber en qué mundo vives tienes que aventurar. No me refiero al Código da Vinci y a otros best seller cuya mediocridad está cantada sino a productos que se pretenden de calidad. Hoy día todo lo que se publica es el boom del siglo, y lo son si porque se miden entre ellos por el mismo rasero, un rasero que está donde habitan los calcetines.