12 marzo 2014

Escritores hacia 1970

Tuve que bajarlo de uno de los estantes más altos de mi biblioteca. Es un libro de bolsillo y papel de mala calidad que conservo descuajeringado. Como no estaban los pliegos cosidos, sino sólo las hojas fresadas y mal encoladas, el trajín de la lectura provocó en su día que muchas se fueran despegando. Igual les sucedió a otros muchos volúmenes de bolsillo comprados en la época y que tengo por casa con cuidado de no extraviar algunas de esas hojas desprendidas.

En el ejemplar tengo anotado que lo compré en julio de 1973 en Galería Artiza, una librería abierta unos años en la parte vieja de Pamplona en los setenta. Fue uno de los primeros libros que adquirí, borracho de ilusión, con algo del dinero ganado como músico en fiestas de pueblos y bodas. Ese mismo día me hice también con Groucho y yo, los desopilantes recuerdos de Groucho Marx.

Cuando leí el otro día que había muerto Ana María Moix me apeteció volver por unas horas a 24 x 24, veinticuatro entrevistas a escritores y artistas que la Moix había ido publicando previamente en el periódico Tele/eXprés bajo el título de “24 horas de la vida de…”. Son charlas en las que casi siempre la autora les inquiere sobre sus hábitos diarios, primero, y también sobre sus ideas y planes de trabajo.

Ahora no compraría un libro así. Libros de circunstancias, libros que hoy me saben a poco, libros de vocación efímera —y eso que hablamos de entrevistas mucho más extensas que las que actualmente se publican, al menos en papel, y que la Moix no desdeña entrometerse más de una vez en ellas con recuerdos y juicios personales, e incluso convierte la entrevista con Ana María Matute en un juego con la imaginación de la autora—. Pero debo ubicarme “cuando entonces”. Juan Ramón Jiménez dijo aquello de que un libro no dice lo mismo en ediciones diferentes, un principio que trato de tener presente siempre en mi trabajo. Con mucho mayor motivo puedo recordar algo más obvio: no leemos el mismo libro en edades distintas. Han pasado cuarenta años, y no en balde, desde que devoré este ramillete de encuentros de la Moix en la Barcelona de finales de los sesenta y primerísimos setenta.

Yo era un adolescente ávido de saber y repleto de ignorancias, y este libro me ayudó a tener un primer contacto sobre todo con escritores que me interesaban. Escritores (Barral, Gil de Biedma, Marsé, Vargas Llosa, García Márquez, Gimferrer, Donoso, Angel González, García Hortelano, Terenci Moix, Max Aub…) de quienes en ese tiempo no sabía nada o casi nada. Pero estaba torpemente seguro, a partir de los muy escasos puntos de referencia que me había ido construyendo en lecturas caóticas, de que me iban a interesar, de que debía enterarme directamente, leyéndolos, de lo que estaban haciendo. Para dar ese paso el libro resultó un preámbulo estupendo y útil; eso sí, para un momento determinado y en un contexto muy preciso.

Releyendo ahora a los entrevistados, es curioso encontrarse con el anuncio de proyectos que culminarían en libros que sin duda van a quedar en el canon de la literatura en castellano. Marsé estaba trabajando en Si te dicen que caí, García Márquez andaba enredado en El otoño del patriarca, Vargas Llosa escribía su monumental estudio sobre la teoría de la novela y la obra de García Márquez, García Hortelano daba los últimos toques a El gran momento de Mary Tribune, Carlos Barral ya escribía Años de penitencia, el primer volumen, y el mejor, de sus extraordinarias memorias, José Donoso acababa de publicar nada menos que El obsceno pájaro de la noche y ya planeaba Casa de campo, que salió varios años después, Terenci Moix escribía sobre su mitología cinematográfica, la cual, me parece, daría sus mejores libros, y se decía a punto de publicar la también valiosa El sexo de los ángeles, que tardó veinte años en ver la luz, Gil de Biedma anunciaba los pocos poemas que le faltaba por dar a la luz en una obra escasa y perfecta, mientras que la mucho más vieja Rosa Chacel diseñaba todavía muchos nuevos libros, Ana María Matute contagiaba a la Moix su entusiasmo por Olvidado rey Gudú, que no terminaría hasta veinticinco años más tarde, y Max Aub enseñaba la rabia, melancolía e incomprensión con la España reencontrada tras treinta años de exilio, y que luego atravesaría ese diario amargo que es La gallina ciega… Solo Dalí es tratado con desdén y simplismo en el libro, a partir de un encuentro en el que despliega su egolatría maleducada y teatrera. Y, ay, Vargas Llosa y García Márquez proclamaban su indestructible amistad, la misma que al año siguiente terminaría para siempre a trompadas y que convertiría el ensayo del primero sobre el segundo, García Márquez. Historia de un deicidio, en un título mítico e inencontrable a lo largo de casi cuarenta años.

Pero es la muerte el factor que me asaltaba al paso constantemente en esta nueva visita a 24 x 24. He contado, y creo que sólo seis de los veinticuatro protagonistas del libro viven todavía, una triste cuarta parte. Los demás han muerto, y el recuerdo muy exacto, sobre tantos de ellos, de lo que publicaron al correr de los años, o de cómo los fui leyendo, incluso de aspectos de su vida que entonces no podía ni sospechar y que hemos conocido tras su muerte gracias a testimonios muy sobresalientes, tiñe esta apresurada relectura de nostalgia y pesar. Este libro no es en 2014 el que fue hace tantos años, y, claro, yo tampoco.

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