04 marzo 2014

Memoria a dos voces

Dejé otro libro a medias porque me estaba aburriendo pero sobre todo porque me apetecía leer, sin más dilación, El invitado amargo, de Vicente Molina Foix y Luis Cremades. Dos hombres, en 1981, uno de treinta y cuatro años, el otro de apenas diecinueve, inician una relación amorosa. El mayor, Molina Foix, es un escritor ya para entonces de cierto prestigio, con varias novelas publicadas y elecciones literarias e intelectuales bastante consolidadas, todo lo promiscuo sexualmente que ha querido hasta ese momento pero sin ningún enamoramiento poderoso en su historial. El joven, Luis Cremades, está empezando en muchos terrenos: el sexo, la literatura, la sociología, las nuevas amistades que su llegada a Madrid y sus andanzas con Molina Foix y otras personas (otros amantes, con frecuencia) le van abriendo. Es un joven ávido de saber y vivir, que tantea y duda, inmaduro y brillante, inseguro y cortante.

La relación amorosa entre estos dos hombres dura menos de dos años y está plagada de enfados, rupturas y reconciliaciones. Molina Foix se descubre celoso (los celos son ese “invitado amargo” del título, en expresión de Shakespeare), y siente una rabia inocultable cuando su proyecto de una relación amorosa sólida y estable, casi matrimonial, en la cual él ejerza de modo natural un magisterio, tropieza con el desorden instintivo y las ansias de libertad de su joven amante, incómodo en un pacto que a él en ese momento le viene grande. El joven Cremades quiere estar cerca de Molina Foix y aprender de él, desde el primer momento aprecia lo mucho que recibe en la relación; pero inseguro, contradictorio, pobre, curioso en todos los sentidos y con ganas de comerse la vida a dentelladas, no está preparado para acomodarse sin más a los dulces proyectos de su amante.

El libro avanza en el contrapunto de los dos narradores, de dos voces que se complementan relatando, pero que también muestran a veces, inevitablemente, divergencias. Estas también aparecen en el tono. Mientras Molina Foix exhibe, y mucho más a la altura de 2013, un estilo maduro, preciso, elegante, siempre bien encadenado, la narración de Luis Cremades tiende a ser, en tono pero también en ritmo, más cortante, más ajustada lingüísticamente al caos vital, a una vida a la postre más difícil, azarosa y desordenada.

Diferencias de tono y ritmo que responden a estilos de escritura diversos, pero también a la disparidad de sus vidas. Y es que el libro no se limita a la rememoración del amor de principios de los ochenta, sino que se prolonga, con diferentes episodios, hasta nuestros días. Y ahí el contraste entre lo sucedido a los dos antiguos amantes no puede ser más estridente. El coqueto Molina Foix parece vivir (al menos es lo que nos cuenta) desde entonces un camino sin grandes sufrimientos ni sobresaltos, sin amores intensos pero con buenos acompañantes, en una andadura creativa perfectamente sostenida y laureada. Sólo la muerte de su madre o la de amigos como Vicente Aleixandre o Juan Benet, o su elección como Caballero Porta-Estandarte en 1990 en el Misteri de Elche, su ciudad natal (“el honor que más satisfacción me ha producido en la vida”), le trastornan, siquiera sea episódicamente.

Bien distinto es el trayecto de Luis Cremades, a quien zarandean accidentes vitales de toda clase: cambios de domicilio (en una errancia sin fin) y de dedicación profesional y situación económica, relaciones sentimentales y sexuales variadas, intermitentes afanes literarios, y, en fin, problemas graves de salud, los cuales, a la postre, condicionarán crudamente su existencia y se convertirán en otro “invitado amargo”, más cruel que los celos.

Una biografía agitada y dolorosa la de Cremades. En sus cambios de fortuna se transparenta el ansia feroz del grupo generacional que pagó un precio muy alto por vivir en el riesgo. Cremades todavía aguanta con su maltrecha salud, y es capaz de escribir páginas tan magníficas como las de este libro, pero amigos suyos como el también escritor Leopoldo Alas, y muchos otros, se quedaron en el camino por no transigir con los imperativos de la vida “madura” y “sensata”, por pelear hasta el fin pertrechados con la rabia y el libertinaje que tan prometedores parecían en los años ochenta.

“Mi amor por Luis fue un amor sin resguardo, el más cierto, el más excitante y desequilibrante de mi vida, y, pese al devenir de dos años felices y tormentosos, el más perdurable. Del suyo no puedo más que especular, dudar, creer”. Así resume Molina Foix el nervio vital de este libro. Dos vidas, dos hombres muy diferentes pero que nunca dejaron de recordarse, que con su breve relación sellaron un vínculo discontinuo pero profundo, si bien sólo en la madurez esa ligazón ha limado las aristas más hirientes.

Dejo de lado otra vertiente esencial del libro, el relato desinhibido de varias peripecias de escritores que se cruzaron en la vida de estos actores principales: Aleixandre, Savater, Lourdes Ortiz, Juan Benet, Emma Cohen, Umbral, Luis Antonio de Villena. Sobre todos ellos aportan, casi siempre Molina Foix, anécdotas y reflexiones bastante jugosas, algunas sumamente aceradas. En cualquier caso, y para los que apreciamos cada día más los libros que trabajan sobre la memoria, este libro es un alimento de primera calidad.

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